“Nuestras células se dividieron y desarrollaron al ritmo de los
latidos de su corazón; nuestra piel, nuestro pelo, corazón, pulmones y huesos
fueron alimentados por su sangre, sangre que estaba llena de las sustancias
neuroquímicas formadas como respuesta a sus pensamientos, creencias y
emociones. Si sentía miedo, ansiedad, nerviosismo, o se sentía muy desgraciada
por el embarazo, nuestro cuerpo se enteró de eso; si se sentía segura, feliz y
satisfecha, también lo notamos.”
Madres e hijas
El vínculo que hiere, el vínculo que sana
La
salud de cada mujer tiene su fuente en la relación madre-hija. Nuestro cuerpo y
nuestras creencias acerca de él se formaron en el terreno de las emociones,
creencias y comportamiento de nuestra madre. Ya antes de nacer, la madre nos da
la primera experiencia de cariño y sustento. Ella es nuestro primer y más
potente modelo del papel femenino. De ella aprendemos qué es ser mujer y el
cuidado de nuestro cuerpo. Nuestras células se dividieron y desarrollaron al
ritmo de los latidos de su corazón; nuestra piel, nuestro pelo, corazón,
pulmones y huesos fueron alimentados por su sangre, sangre que estaba llena de
las sustancias neuroquímicas formadas como respuesta a sus pensamientos,
creencias y emociones. Si sentía miedo, ansiedad, nerviosismo, o se sentía muy
desgraciada por el embarazo, nuestro cuerpo se enteró de eso; si se sentía
segura, feliz y satisfecha, también lo notamos.
Nuestros
cuerpos y los de nuestras hijas fueron formados por una red sin solución de
continuidad de naturaleza y sustento, de una biología imbuida por la conciencia
que podemos remontar hasta el principio de los tiempos. Así, cada hija contiene
a su madre y a todas las mujeres que la precedieron. Los sueños no realizados
de nuestras antepasadas maternas forman parte de nuestro legado. Para tener
salud y felicidad óptimas, cada una de nosotras debe tener claro de qué modo la
historia de nuestra madre influyó en nuestro estado de salud, nuestras
creencias y nuestra manera de vivir la vida, y continúa haciéndolo. Cada mujer
que se sana a sí misma contribuye a sanar a todas las mujeres que la
precedieron y a todas aquellas que vendrán después de ella.
Antes
del nacimiento, la conciencia dirige literalmente la formación de nuestro
cuerpo. También lo van conformando constantemente nuestras experiencias, muy en
especial las de la infancia. Ninguna otra experiencia de la infancia es tan
irresistible como la relación de la niña con su madre. Cada una de nosotras
asimila a nivel celular cómo se siente nuestra madre por ser mujer, lo que cree
acerca de su cuerpo, cómo cuida de su salud y qué cree posible en la vida. Sus
creencias y comportamiento imponen el tono para lo bien que aprendemos a cuidar
de nosotras mismas en la edad adulta. Entonces transmitimos esta información,
consciente o inconscientemente, a la siguiente generación.
Si
bien reconozco que la cultura en general tiene un papel muy importante en
nuestra visión de nosotras mismas como mujeres, en último término las creencias
y comportamiento de nuestras madres individuales ejercen una influencia mucho
más fuerte. En la mayoría de los casos, ella es la primera que nos enseña los
dictámenes de la cultura general. Y si sus creencias están reñidas con la
cultura dominante, casi siempre gana su influencia.
“La mejor herencia de una madre a una hija es haberse sanado
como mujer”
NUTRIENTE ESENCIAL PARA TODA LA VIDA
Cuando
una cámara de televisión enfoca al público en el estudio o en un evento
deportivo, ¿qué grita a la cámara la persona enfocada? La mayoría de las veces
grita: «¡Hola, mamá!» Cada persona tiene una necesidad primordial de ser vista
y notada por su madre, y a eso se debe que la pérdida de la madre sea tan
aniquiladora.
La
necesidad que tiene la hija de su madre es biológica, y continúa a lo largo de
toda la vida. No sólo el cuerpo de nuestra madre fue el origen de nuestra vida
sino que además era su cara la que mirábamos para ver cómo éramos y cómo lo
estábamos haciendo. Mirando los ojos de nuestra madre y experimentando su
reacción a nosotras aprendimos las primeras y esenciales lecciones acerca de
nuestra valía. La calidad de la atención que recibimos cuando somos bebés
determina en parte lo valiosas que nos sentimos por estar en el planeta. Cuando
nuestra madre demuestra su aprobación sonriéndonos y hablándonos, codificamos
la idea de que estamos bien. En cambio, si no está presente, por el motivo que
sea, o nos retira su cariño cuando no hacemos lo que ella desea que hagamos,
nos sentimos abandonadas. Hacemos todo lo que sea necesario para recuperar su
atención. Cuando somos pequeñas, la aprobación o desaprobación de nuestra madre
la sentimos como el beso de la vida o el beso de la muerte. No es de extrañar entonces
que siga teniendo el poder de influir en nuestro bienestar. No es de extrañar
que ya mujeres adultas, educadas y cultas, sigamos volviendo a esa misma fuente
de atención materna para ver si estamos bien, si somos dignas de amor y para
comprobar cómo lo estamos haciendo.
Creo
firmemente que el vínculo madre-hija ha sido diseñado por la Naturaleza para
ser la relación más positiva, comprensiva e íntima que tendremos en la vida.
¿Cómo es, entonces, que cuando volvemos a esa fuente para reaprovisionarnos,
muchas veces el resultado es desilusión y resentimiento por ambos lados?
Una
madre cariñosa y abnegada tiende a convertirse en el centro mismo de la salud y
la felicidad de su familia. Es como el cordón umbilical al que todos recurren
para obtener sustento en todas sus formas: físico, emocional, psíquico y
espiritual. Este papel sustentador puede ser inmensamente gratificante. También
puede deteriorarse hasta llegar al martirio si la madre da a sus hijos y marido
el amor y el cuidado que ella no se siente digna de recibir…
…Cuando
una mujer pone en segundo plano sus necesidades personales y emocionales, o se
olvida de que las tiene, disminuye inevitablemente la energía, a causa de resentimiento,
rabia, aflicción, anhelos, deseo de contacto y cansancio…
…La
única manera de enseñar a la hija a reconocer y expresar sus necesidades
emocionales es hacerlo uno. Y cuando la hija vea esto, tendrá menos
probabilidades de llevar la carga de su madre en su vida.
Culpar
es un callejón sin salida que no ayuda a nadie. Pero mientras no nos
arriesguemos a decirnos la verdad a nosotras mismas acerca de lo que realmente
sentimos, no puede cambiar ni mejorar nada en nuestra vida.
Culpar
a nuestras madres por sus defectos (y por consiguiente los nuestros) o
sentirnos culpables por nuestros fallos como madres son maneras seguras de
continuar en la modalidad de víctimas como mujeres, un estado que nos aleja de
nuestro poder personal y nos predispone para la enfermedad y más fracasos.
Aunque hemos de ser sinceras con nosotras mismas acerca de nuestra infancia,
aunque hemos de reconocer en qué no hemos acertado, no nos sirve para nada
continuar estancadas en el sentimiento de culpa. En lugar de eso, tenemos que
aprender a continuar adelante conscientemente, con los ojos y el corazón
abiertos.
Extracto
del libro “Madre e hija” Christiane
Northrup
Noble Anam Cara
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